[Todos] Violencia, autocracia y fascismo

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Lun Mayo 14 12:27:36 ART 2007


"Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización pero no
se ocupa de sostenerla, es muy claro que se fastidiará consigo mismo, pero
cuando ya sea tarde. En un dos por tres se quedará sin civilización y
cuando mire a su derredor, todo se habrá volatilizado". Ortega y Gasset

Durante los 15 años que llevo como docente de esta facultad, nunca fui
partícipe de los mensajes generalizados. La falta de contenidos de los
mismos hizo que nunca merecieran mayor atención que la de marcar el
cuadrante “eliminar correo”. Pero hay casos en los que, por su
recurrencia, justifican una reacción a fin de evitar que se instale la
creencia de que cuando la mayoría silenciosa calla, otorga. Esta
extrapolación sería sumamente negativa puesto que podría inducir la
fantasía de que existe una aceptación tácita de lo que todos consideramos
moralmente execrable. Es por ello que comienzo por disculparme con esa
pequeñísima minoría devota de la violencia por quitarles parte de su
tiempo de barbarie. No obstante, siendo que ni el que suscribe ni la
abrumadora, absoluta mayoría de los miembros de esta casa de estudios
sostiene o apoya aunque sea tangencialmente el primitivismo (de hecho, nos
repugna), las reflexiones que siguen no están dirigidas a quienes ya se
han enquistado en aquélla actitud de vida. En realidad, los conceptos que
se exponen intentan ser, aún a pesar de los errores o discrepancias que
puedan presentar ciertos juicios de razón, un humilde estímulo que
contribuya a la reflexión a aquéllos que podrían sentirse un tanto
confundidos frente a la autocracia salvaje a la que, lamentablemente, nos
encontramos sistemáticamente expuestos durante los últimos tiempos.

Quienes ocupan plazas públicas rompiendo sus instalaciones y
convirtiéndolas en basurales, los que cortan rutas agrediendo a los
automovilistas y sus familias en el interior del auto, los que pintan y
queman monumentos históricos y legislaturas, los que destruyen vidrieras
que deben reponer trabajadores a sus propias expensas, los que paralizan
una universidad sin interesarles el daño que causan a aquéllos a quienes
supuestamente representan (aunque nunca se les haya dado mandato alguno),
los que pintan las paredes y ascensores a la vez de no ser capaces de
levantar un sólo papel del suelo, los que se dedican a insultar y amenazar
ya que no saben ni pueden actuar de otra manera, los que carecen de la
altura intelectual necesaria para expresar ideas y recurren entonces a la
descalificación y la violencia, todos ellos, sin excepción, necesitan
justificarse de algún modo, tienen la necesidad imperiosa de hacerlo.
Aunque suene extraño, les es imprescindible para calmar a sus conciencias
ya que, si bien su conducta social los acerca más a la de un Homo sapiens
neardenthalensis, los resabios evolutivos de tal comportamiento nunca
reprimirán en su totalidad a los genes que caracterizan al Homo sapiens
sapiens ni a los hábitos culturales que ha desarrollado a lo largo de su
evolución como ser pensante.

Quienes permanentemente se quejan a los gritos (algunas veces con razón,
las más, no) y aún a pesar del enorme ruido que intentan hacer pero fallan
en ser considerados debido al descrédito que se han ganado ¿qué hacen para
contrarrestar sus enormes frustraciones y el aislamiento social, político
e intelectual que se autoimpusieron? Apelan a uno de los conceptos más
vulgares de la historia: sostienen que son los únicos que “luchan” por
promover el cambio, y con ello justifican su barbarismo. Quizás, dentro
del contexto de su pequeño mundillo, hasta crean que realmente lo están
haciendo. No comprenden que si la racionalidad y la conducta civilizada
son el alumbramiento del cambio, la barbarie es quien lo mata tan pronto
como éste ha nacido, con lo que, sin entenderlo muy bien, hasta ayudan a
la perpetuación de aquello por lo que vociferaban. Mientras dure la
confusión de sus conceptos, los violentos usarán a su favor su sofismo
predilecto, según el cual los cultores del orden y la civilización son
todos fascistas. Ignoran que, por definición, fascista es aquél que
falsifica el orden democrático para resistir el cambio y bloquearlo en
dirección de la autocracia. Aunque los violentos no lo sepan y ni siquiera
se lo imaginen, tanto los autócratas como los agitadores violentos no son
enemigos de ellos sino sus aliados, simplemente porque aún a pesar de
nuestra propia historia reciente y lejana, los violentos carecen de la
capacidad de comprender y mucho menos reconocer que si el orden sin cambio
es la tristemente célebre paz de los cementerios, el cambio sin orden es
una embriagadora ilusión de quienes cultural e intelectualmente se
encuentran marginados de la civilización. No comprenden (o no lo quieren
comprender como consecuencia de sus ideologías autocráticas) que dentro
del desorden se desvanece la sociedad como tal y la democracia como estilo
de vida de esa sociedad. Quienes apelan a la violencia son, sin saberlo,
los aliados directos y objetivos de la autocracia fascista que pretende
restaurar el orden por su cuenta y como sea, aunque sea sin democracia,
para lo cual también recurren al mismo método: la violencia. Son dos caras
de la misma moneda, son más de lo mismo, y como tales, no pueden sino
generar el rechazo, la falta de consideración y hasta la repugnancia de
quienes los rodean, sea cual fuere el ideario o los pensamientos que nos
guíen.

No hay en estas sentencias nada que escandalice a la razón, tanto la
izquierda como la derecha pueden ser igualmente fascistas y totalitarios.
Esto no debería ocurrir puesto que ambas corrientes pertenecen al mundo de
las ideas y no al del delito o al de la ideología; de hecho, nacieron
juntas durante la Revolución Francesa como consecuencia de una elaborada
maduración intelectual que los precedió durante casi un siglo, pero basta
y sobra con que adopten los mismos métodos violentos y totalitarios para
que cualquiera de esas dos corrientes extremas converjan en el mismo
punto: el fascismo, el que no es una idea o un criterio, sino un método,
una manera de actuar, de concretar en hechos violentos una concepción que
eleva a la violencia, precisamente, a valor absoluto.

Los violentos de cualquier tendencia siempre creyeron en la violencia y lo
que es peor, la llevaron y la llevan a la práctica. Hasta se enorgullecen
por aplicarla. Creen ciegamente en la gimnasia bárbara, casi arbórea en
sus orígenes sociales, de que la violencia es la partera de la historia.
De hecho, todos recordamos que en esta facultad han circulado mensajes de
esta naturaleza y por este mismo medio. Un violento siempre creerá que la
violencia es una realidad que siempre tuvo vigencia en el pasado y que la
seguirá teniendo, sólo que ahora será ejercida por una nueva raza de
iluminados seres superiores (en la que se autoincluyen), y que la
utilizará como una herramienta necesaria para menesteres nobles, aún
cuando suprima el disenso, la opinión en contrario y los méritos y valores
que posean los demás y que esa minoría chata difícilmente pueda alcanzar
por sí misma en el campo de la ideas dado, precisamente, sus extremas
limitaciones intelectuales y culturales. Pero tanto hoy como en los
orígenes de la civilización, la violencia autocrática y visceral siempre
vivió disfrazada y cambiando su ropaje como un actor que sale vestido de
una manera determinada por una puerta del escenario y entra inmediatamente
después por la otra, ataviado de otra forma totalmente distinta. Con ello,
cambian la apariencia de su discurso ajustándolo a la receptividad que
tenga entre las masas, pero en esencia, es siempre el mismo.

No hace falta explicarlo, la barbarie que utiliza este mecanismo de
idealización ha teñido con su negro color al siglo XX y parece haber
extendido sus sombríos tentáculos hacia los albores del siglo XXI. Este no
es un fenómeno que ocurre solamente en nuestro país, se da con distintos
tonos (pero siempre con el mismo color) a escala mundial y se potencia
gradualmente con la permanente decadencia cultural(sólo prestemos atención
a nuestro lenguaje) de la cada vez más tecnocrática y carente de empatía
civilización moderna. En el pasado, la barbarie violenta se expresó a
través del fascismo propiamente dicho, del nazismo, de las dictaduras
militares, de los regímenes comunistas, de los dictadores que surgieron
luego de elecciones democráticas y que creyeron transformarse en los
iluminados de la historia. Aún peor, tanto filósofos, pensadores, artistas
y políticos de todo tipo han adherido a estos principios y a estos
procedimientos. La raza, la nación, los proletarios, los burgueses, el
futuro, la revolución, la felicidad, han sido los señuelos agitados por
los que no eran capaces de autoconfesar la autenticidad de sus impulsos
perversamente violentos. Como una especie de trabajo práctico, podemos
ejemplificar lo que aquí se expresa recordando que en su momento, los
adoradores de Videla se jactaban de la restauración del “orden de los
cementerios”, los métodos brutales de Mussolini se escudaban en los
elogios a los horarios cumplidos y exactos de sus trenes y la eliminación
de la camorra, los seguidores de Franco protagonizaron una inmensa
inquisición criminal con máscaras religiosas, los comunistas adoradores de
Stalin y sus gulags se disfrazaban con los progresos de la electrificación
y la industrialización, los fascinados por Mao con la formidable
edificación de un nuevo paraíso terrenal, los embelesados con Castro con
su medicina social y la resistencia al opresor foráneo, aún cuando él
mismo oprimió y oprime a su propio pueblo; los seguidores de Bush o de
quien lo suceda, con la fantasía de que es el emperador de la democracia
mundial, con lo que justifican la misma violencia a la que dicen combatir.
Los videlistas, los comunistas, los castristas, los imperialistas, los
falangistas, absolutamente todos guardan, los de ayer y los de hoy, un
silencio absoluto, impenetrable, casi mineral, ante los crímenes,
torturas, censuras, purgas y abusos de todo tipo, los que son la otra cara
de una moneda a la cual se la ve siempre del mismo lado sólo por
conveniencia ideológica. Ello no ocurre porque estos grupos ignoren la
existencia de la otra cara, sino que lo hacen a sabiendas. ¿Por qué?
Porque después de todo, son Homo sapiens sapiens y sus conciencias aún
pueden diferenciar lo blanco de lo negro por mucho que se esfuercen en
reprimir sus valores por meras razones ideológicas. Luego, al saber que la
otra cara de la moneda es obscura, ésta debe ocultarse, no existe, y con
ello se justifican los medios violentos para alcanzar un fin.

La violencia desprecia y despreció siempre, con distintos argumentos, toda
la arquitectura y el mecanismo de las libertades democráticas. Sus
votaciones fascistas, cuando existen, son unánimes porque no pueden
permitirse discrepancias, no puede haber otra opinión o visión que la
propia ya que la verdad es única y, además, les pertenece. La exaltación
al líder de la manada violenta también debe ser unánime ya que tampoco
aquí se tolera la discrepancia; incluso, no se tolera la tibieza en la
adhesión, debe ser explícita y total. En línea con el discurso de un Bush,
los que no están con ellos están en su contra. Toda esta enumeración
patentiza la nauseabunda reiteración de más de lo mismo. Cambia el libreto
según los países, las sociedades y las épocas, pero el procedimiento
fascista es similar: los delincuentes que antepusieron y anteponen la
violencia en vez de los procedimientos legales, democráticos y
civilizados, siguen siendo según su propaganda tramposa, la que persiste,
ellos y solamente ellos son los que moldean un mundo mejor. La facultad no
está en otro planeta ni fue construída dentro de una burbuja impermeable.
Aquí también los hay, aunque cuantitativamente sean una nada y
cualitativamente, nadie. No obstante, no podemos ni debemos permitir su
salvajismo, sí en cambio sus discrepancias, sí sus denuncias, pero nunca
sus insultos ni mucho menos sus amenazas.

Notar que aquí no son discutidas ni para bien ni para mal las
reivindicaciones, sino el método para hacerlo. De hecho, las supuestas
reivindicaciones (justas o no, racionales o no, con o sin fundamento)
pasan inevitablemente a un plano secundario, hasta terciario, frente a los
hechos de violencia, frente a la manera de plantear la reivindicación, ya
que cualquier individuo civilizado y racional pondrá siempre el caballo
delante del carro. Por ello, cualquiera de sus quejas reivindicatorias
estará siempre destinada al fracaso, no por ser una reivindicación en sí
misma, sino por utilizar un método fascista y violento. El fascismo, la
violencia, la irracionalidad, el autoritarismo de izquierda como el de
derecha, no pudo nunca ni podrá aportar una sola solución aceptable a los
problemas humanos en ninguna parte del mundo ¿por qué lo haría aquí y
ahora? No podrá ser nunca una terapia sanadora porque en sí misma, la
violencia es una enfermedad incurable y terminal que corrompe y mata al
individuo y junto con él, inevitablemente mata a la sociedad civilizada y
pensante a la que ese individuo pertenece. Me pregunto si no será hora de
seguir otro de los sabios consejos que nos legara Ortega y Gasset:
“Argentinos, a las cosas”. Tenemos mucho por qué preocuparnos en esta
facultad, pero creí necesario atender al mensaje de Ortega citado al
inicio, sean cuales fueren nuestras ideas, vale la pena sostener la
civilización antes de que se volatilice.

Saludos cordiales.

MARIO D. GALIGNIANA
Fundación Instituto Leloir
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"Primum vivere, deinde philosophare"



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