[Todos] “No cambien el clima, cambien el sistema”

La Mella en Exactas la_mella_exactas en de.fcen.uba.ar
Jue Abr 22 11:50:02 ART 2010


“No cambien el clima, cambien el sistema”.

La lucha de los pueblos de Nuestra América frente a la crisis ambiental

Como era de esperar, en la decimoquinta Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Cambio Climático, realizada en Copenhague en diciembre del 2009,
no se llegó a ningún acuerdo que permitiera avanzar en la búsqueda de
respuestas reales frente a la apremiante situación en la que se encuentra
el planeta entero, debido las profundas modificaciones climáticas globales
que se han dado en las últimas décadas y que se intensifican cada vez más.

Tal es así que ni siquiera se han podido acordar políticas para alcanzar
la insuficiente meta de disminuir  2 grados la temperatura promedio
mundial en los próximos años. ¿Se trata acaso de un fracaso puntual, o de
otra nueva evidencia de la imposibilidad de alcanzar soluciones junto a
aquellos que tienen la responsabilidad de habernos llevado hasta este
punto crítico, en el que la amenaza para la vida en el planeta se torna
inminente?

No todos los países ni todos los pueblos sufrimos por igual, ni tenemos la
misma responsabilidad en las emisiones de Gases de Efecto Invernadero
(GEI) ni en el uso irracional y el despilfarro de las energías fósiles,
ambos elementos esenciales para el funcionamiento de la economía
capitalista y del imperialismo.

La evidencia acerca de estos distintos grados de responsabilidad en las
causas de este problema ambiental global salta a la vista: El mismo Banco
Mundial afirmó en uno de sus informes que las emisiones per cápita de CO2
en 2004 se promediaron en 0,9 toneladas métricas para los países de bajos
ingresos, 4 toneladas métricas en los de ingresos medios y 13,2 toneladas
métricas en los de ingresos altos. Estos últimos, que representan el  15%
de la población global, son responsables de casi la mitad del total de las
emisiones de GEI en todo el mundo. Vemos entonces que un habitante de un
país central genera una cantidad promedio muchísimo más alta de dióxido de
carbono que un habitante de cualquier país del hemisferio sur.

Sin embargo, creemos que la discusión no deberá centrarse en porcentajes
de emisión de Gases de Efecto Invernadero “más o menos aceptables", sino
en poner en tensión y combatir los ejes de la lógica civilizatoria que
vehiculizó los procesos que hoy estamos lamentando y frente a los cuales
comunidades enteras han resistido durante siglos.

 Es por este motivo que saludamos con entusiasmo la posibilidad de que –a
diferencia de Copenhague– en esta Conferencia Mundial sobre el Cambio
Climático y los Derechos de la Madre Tierra que ahora se realiza en
Cochabamba, Bolivia, seamos esta vez los movimientos sociales y las
organizaciones populares quienes debatamos y acordemos planes de acción
para imponer las soluciones necesarias, las cuales implicarán,
necesariamente, la reducción de los privilegios de los poderosos.

El momento es ahora, porque la humanidad está atravesando una crisis que
lejos de ser meramente económica (como pretenden quienes sólo se preocupan
por la rentabilidad de sus empresas, bancos, bonos y acciones), es también
una crisis ambiental y del modelo de civilización impuesto por el
capitalismo que amenaza con la destrucción de la vida en el planeta.

Esta crisis civilizatoria nos muestra que estamos asistiendo al
agotamiento de ese modelo de organización social en todos los aspectos de
la vida, no sólo en términos económicos y productivos, sino también
ambientales, alimentarios, los referentes a la salud, e incluso en el
ámbito ideológico, simbólico y cultural.

Las profundas modificaciones climáticas a nivel global, el agotamiento del
agua potable, de los hidrocarburos y de los bienes comunes en general; la
destrucción de especies y la degradación de los suelos; la globalización
de un modelo agroalimentario y energético concentrado y destructivo de la
naturaleza, y  la contaminación ambiental en general son, entre otros,
consecuencias necesarias de un sistema capitalista incapaz de repensar
–por imperio de su propia lógica– su concepción acerca del progreso, el
desarrollo, la producción, el consumo y la forma en que se dan los
vínculos con la naturaleza y entre los seres humanos.

La propia idea de “desarrollo” que nos inculcan desde los países
centrales, los organismos internacionales y las clases dominantes locales,
forma parte de las cadenas con que someten a los pueblos de Nuestra
América y de todo el “tercer mundo”, dividiendo al mundo entre supuestos
países “desarrollados” y “subdesarrollados”, e intentando convencernos de
que siguiendo sus consejos algún día viviremos tan bien como ellos.

Así como la conquista europea de nuestro continente se afirmó en nombre de
la evangelización, con la pretensión posterior de las clases dominantes de
incluirnos en el “mundo occidental”, la última colonización, impuesta por
el imperialismo yanqui, se afirmó en nombre de las ideas del “progreso” y
del “desarrollo”.

Desde entonces, los últimos sesenta años de historia nos demuestran que el
añorado “desarrollo” no ha llegado ni llegará nunca, y es de conocimiento
común que si en China, solamente en China, se alcanzasen los niveles de
consumo de los países centrales, el planeta colapsaría en pocas décadas,
debido al nivel de contaminación y a la destrucción de gran parte de los
bienes de la naturaleza, mal llamados “recursos naturales”. Y hacia eso
vamos: basta poner como ejemplo que por primera vez en la historia,
durante el 2009, China ha fabricado más automóviles que Estados Unidos, lo
que para nosotros no constituye un logro sino otro indicio de que el mundo
marcha a su destrucción.

El desarrollo ilimitado que nos proponen los funcionarios, los empresarios
y tecnócratas del “primer mundo” es imposible. Para ell en s, pareciera que
la Tierra y la Naturaleza no tuviesen límites. Pero nosotr en s vemos que sí
los tienen, y estos ya han comenzado a manifestarse bajo múltiples formas
–sequías, desaparición de especies, derretimiento de los casquetes
polares, la violencia de ciertas tormentas tropicales, inundaciones,
aluviones y desprendimientos de tierra, entre muchos otros– generando
desastres ambientales.

La crisis económica y la crisis ambiental actual son dos caras de la misma
moneda, y en la medida en que la economía capitalista enfrente cada vez
mayores dificultades para su funcionamiento, mayor será la avanzada de los
países imperialistas para apropiarse de nuestros bienes, ya que es aquí,
en Nuestra América, donde todavía estos se encuentran disponibles. Por las
buenas o por las malas, con préstamos o con la instalación de bases
militares en nuestros territorios, los países centrales intentan e
intentarán cada vez más, consolidar nuestro rol subordinado en el mercado
mundial, proponiéndonos un modelo de desarrollo extractivo-exportador que
carga a nuestros territorios con el grueso de los daños ambientales
necesarios para sostener la producción global, y que nos despoja de toda
soberanía. Ellos sostienen, para remachar nuestras cadenas, que debemos
hacer honor a las ilegítimas deudas externas; nosotros creemos, por el
contrario, que son ellos quienes deben devolvernos la enorme “deuda humana
y ambiental” que han contraído con nuestros pueblos en 500 años de
explotación y destrucción.

Está en nosotros, los pueblos, el romper esta cadena de sometimiento.
Nosotr en s l en s latinoamerican en s sabemos y debemos poder transmitir a todos
los pueblos del mundo (de Asia, de África y a los sectores populares de
los países centrales), no sólo que este modelo de desarrollo no es
sostenible (ni en tiempo ni en espacio) sino que además no es el modelo
que queremos . Los pueblos originarios de nuestro continente, las
comunidades mesoamericanas, andinas, amazónicas y patagónicas, con su
larga resistencia de siglos, pero también con sus luchas actuales, nos
muestran que es posible concretar esta ruptura.

 Hoy nos toca la tarea de asumir que el imperialismo en el Siglo XXI es
también Imperialismo Ambiental, y que por tanto debemos incorporar esta
temática como parte integral del conjunto de nuestras otras
reivindicaciones históricas, defendiendo la vida frente al saqueo y la
contaminación. La tarea a la que nos enfrentamos los movimientos sociales
y las organizaciones populares es enorme, y hoy más que nunca, la
transformación radical del sistema capitalista es urgente.

Nuestra América es la región del mundo donde existe actualmente la mayor
acumulación de experiencias de resistencia y elaboraciones
político-ideológicas que permitan proyectar una alternativa civilizatoria
superadora del capitalismo. Los pueblos latinoamericanos debemos hacer uso
de toda nuestra riqueza cultural y de toda nuestra experiencia
organizativa y de lucha para demostrarle al mundo que capitalismo y
naturaleza son enemigos irreconciliables, y al mismo tiempo, que debemos y
podemos construir formas de producción y organización social diferentes.

 En Cochabamba tenemos una oportunidad de comenzar a debatir políticas que
nos lleven a planificar y a implementar en el mediano y corto plazo
modelos de desarrollo verdaderamente alternativos, democráticos,
equitativos y ambientalmente sustentables, los que no pueden seguir
basándose en las exigencias del “mercado”, sino en las necesidades de la
sociedad y en el respeto a los ritmos de reproducción de la naturaleza.
Privilegiar y luchar por el buen vivir de los pueblos, el Sumaj Kawsay,
rechazando la falsa alternativa que constituyen las soluciones de mercado
y los instrumentos financieros como los Bonos de Carbono.

Sería muy inocente de nuestra parte creer que la crisis ambiental nos
afecta a todos por igual. En este barco global que va directo al
naufragio, los sectores populares del “tercer mundo” somos los primeros y
los más fuertemente damnificados. Y cuando llegue el naufragio sólo habrá
salvavidas para los ricos, para los ricos del Norte, pero también para los
ricos del Sur, las clases dominantes, que alegres se enriquecen a costa
del pueblo en común acuerdo con las grandes potencias.

 Es por eso que los movimientos sociales del campo y la ciudad jugamos un
rol fundamental, ya que debemos no sólo enfrentar los intereses de los
países hegemónicos sino los de nuestras propias clases dominantes
locales, quienes intentarán por todos los medios sabotear iniciativas
realmente transformadoras. Los trabajador en s del campo y de las ciudades,
los pobres, los pueblos originarios, los grupos étnicos, las mujeres,
somos quienes más sufrimos esta situación.

Creemos entonces que no es posible pensar en un único y homogéneo sujeto
que pueda enfrentar por sí solo el impacto de las crisis. Debemos
construir un sujeto plural y multisectorial, expresión de las distintas
resistencias ante las ofensivas de ajuste y explotación, contaminación,
saqueo y destrucción. Tenemos en nuestras manos una tarea histórica que no
será posible resolver de manera fragmentada, cada quién luchando por su
propia necesidad, sino sólo con la unidad de los pueblos.

La implementación de jornadas mundiales de lucha contra el cambio
climático puede aportar en este camino, uniéndonos en la resistencia al
capitalismo depredador, construyendo poder popular, prefigurando y
luchando por un mundo por y para las y los de abajo. Por un mundo que
respete la vida, que sea más justo, más digno y mas humano.


Socialismo Libertario
Frente Popular Darío Santillán
Juventud Rebelde 20 de Diciembre
(Corriente Julio Antonio Mella, Colectivo La Trifulca, Lobo Suelto)
Organización Popular Fogoneros

En la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares


Argentina, abril de 2010



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