[Todos] Carta abierta/3
Ernesto Lopez
ernelopez en gmail.com
Lun Jun 16 12:53:58 ART 2008
Adjunto la Carta Abierta/3. Me parece importante darle difusión.
Más info en http://cartaabiertaa.blogspot.com/
Ernesto López
La Carta Abierta/3 fue presentada ayer por un amplio colectivo de
intelectuales
La nueva derecha En el texto que aquí se publica, el espacio conformado por
más de 1500 personas de la cultura, la educación, las ciencias y las artes
vuelve a pronunciarse sobre la actual situación política. Ahora examina el
surgimiento y las características de una "nueva derecha", un actor social
que se piensa "contra la política", que "reclama eficiencia y no ideología"
en defensa de "los poderes existentes".
¿Cómo se puede reclamar la nacionalización del petróleo cuando la lucha que
se despliega es contra una medida progresiva de índole impositiva? ¿Cómo se
puede llamar a la lucha contra la pobreza con aliados que expresan las capas
más tradicionales de las clases dominantes? Algo ha sucedido en los vínculos
entre las palabras y los hechos: un disloque. Los símbolos han quedado
librados a nuevas capturas, a articulaciones contradictorias, a emergencias
inadecuadas. Ningún actor político puede declararse eximido de haber
contribuido a esa separación. Las situaciones críticas obligan a preguntarse
qué palabras les corresponden a los nuevos hechos. Entre las batallas
pendientes en la cultura y la política argentina, está la de nombrar lo que
ocurre con actos fundados en una lengua crítica y sustentable. Sin embargo,
hoy las palabras heredadas suelen pronunciarse como un acto de confiscación.
Cualquier cosa que ahora se diga vacila en aportar pruebas de su
enraizamiento en expectativas sociales reales. Parece haber triunfado la
"operación" sobre la obra, el parloteo sobre el lenguaje.
"Clima destituyente" hemos dicho para nombrar los embates generalizados
contra formas legítimas de la política gubernamental y contra las
investiduras de todo tipo. Una mezcla de irresponsabilidad y de milenarismo
de ocasión sustituyó la confianza colectiva. "Nueva derecha" decimos ahora.
Lo decimos para nombrar una serie de posiciones que se caracterizan por
pensarse contra la política y contra sus derechos de ser otra cosa que
gestión y administración de los poderes existentes. Una derecha que reclama
eficiencia y no ideología, que alega más gestión que valores –y puede
coquetear con todo valor–, que invoca la defensa de las jerarquías
existentes, aunque se inviste miméticamente de formas y procedimientos
asamblearios y voces sacadas de las napas prestigiosas de las militancias de
ciclos anteriores. Esa derecha impugna la política como gasto superfluo y
como enmascaramiento, pero es cierto que la impugna con más dureza cuando la
política pretende intervenir sobre la trama social. Tiene distintas
inflexiones: desde la ilusoria eficiencia empresarial del macrismo hasta el
intercambio directo de dones y rentas imaginado en Gualeguaychú, sin Estado,
ni partidos, sólo con golpes de transparencia contra lo que llaman
obstáculos.
Transparencia social imposible, como no sea bajo un régimen coercitivo, que
expresa su desprecio hacia la política como capacidad transformadora, como
intervención activa sobre la vida en común. De ese vaciamiento son
responsables, también, los profesionales de la política que priorizaron sus
propios intereses mientras sostenían un discurso de lo público. Demasiado
tiempo vino degradándose el lenguaje político como para que no surgieran
mesianismos vicarios y vaticinios salvadores que en vez de redimir el
conocimiento político son el complemento milenarista del espontaneísmo soez.
La nueva derecha viene a decir que eso no está mal y que se debe llevar a
sus últimas consecuencias, disolviendo la instancia misma de la política. Es
fundamentalmente destituyente: vacía a los acontecimientos de sentido, a los
hechos de su historicidad, a la vida de sus memorias. Por eso atraviesa
fronteras para buscar terminologías en sus antípodas. Es una nueva derecha
porque, a diferencia de las antiguas derechas, no es literal con su propio
legado sino que puede recubrirse, mimética, con las consignas de la
movilización social.
La nueva derecha puede agitar florilegios de izquierdas recreadas a último
momento como préstamo de urgencia o anunciar compromisos caros a las luchas
sociales de la historia nacional, sea Grito de Alcorta, sea la gesta de Paso
de los Libres en 1933, sean las asambleas de 2001. Es una nueva derecha
veteada de retazos perdidos, pero no olvidados, de antiguas lenguas
movilizadoras. Condena el vínculo vivo de las personas y las sociedades con
el pasado, llamando a un ilusorio puro presente que podría desprenderse de
esas capas anteriores. Lo hace, incluso, cuando trae símbolos de ese pasado,
sujetándolos a relaciones que los niegan o vacían. Cita al pasado como una
efemérides al paso. Será jauretcheana si cuadra, aplaudirá a Madres de Plaza
de Mayo si lo ve oportuno, dirá que adhiere a Evo Morales si se la apura, y
no le faltará impulso para aludir a los mayos y los octubres de la historia.
Mimetismo bendecido, tolerado: es la nueva derecha que ensaya el lenguaje
total de la movilización con palabras prestadas. Procede por expurgación y
despojo, restándole a la realidad algunas de las capas que la constituyen y
presentando en una supuesta lisura la vida en común. En ella no hay espesor,
diferencias, desigualdades, violencias ni explotación; ella habla del
"campo", trazándonos un dibujo bucólico de pioneros esforzados de la misma
manera que considera la pobreza y el hambre como desgracias naturales o como
penurias redescubiertas para sostener una mala conciencia de escuderos
novedosos de los poderes agrarios tradicionales.
En la nueva derecha reina lo abstracto, pero con la lengua presunta de lo
concreto: precisamente la que hablan los medios de comunicación. A la trama
moral de las acciones la tornan escándalo moral, denuncismo de sabuesos que
dejan saber que las sospechas generalizadas sobre la vida política son
instrumentos que pueden sustituir un pensar real. En ella se trata de
reivindicar la honestidad de los ciudadanos-consumidores, su espontaneidad
expresiva ante las manipulaciones de la vieja política; transparentar es su
grito, mostrar un supuesto lenguaje sin espesura es su lema. Sin obstáculos,
sin pliegues. Sus lenguajes apuntan a vaciar de contenido historias y
memorias de la misma manera que buscan desmontar cualquier relación entre
universo reflexivo-crítico y política transformadora. Devastación del mundo
de la palabra en nombre de la brutalización massmediática; simplificación de
la escena cultural de acuerdo con la continua mutilación de la densidad de
los conflictos sociales y políticos.
La nueva derecha es ahora un conjunto de procedimientos y de prácticas que
se difunden peligrosamente en las más diversas alternativas políticas. La
aceptación de que la escena la construyen los medios de comunicación lleva a
un tipo de intervención pública tan respetuosa de ese poder como sumisa
respecto de las palabras hegemónicas. Hace tiempo que los estilos
comunicacionales habituales recurren al intercambio de denuncias como una
cifra moral, que parece menos un proyecto compartible de refundar la
política en la autoconciencia pública emancipada que en la circulación de un
nuevo "dinero" basado en un control de la política por la vía de un
moralismo del ciudadano atrincherado, temeroso, ausente de los grandes
panoramas históricos. Moralismo de estrechez domiciliaria, pertrechada,
víctima de miedos construidos y de oscuros deseos de resarcimiento. Es un
viaje que parece no tener retorno hacia la espectacularización de una
conciencia difusa de represalia. Es un recelo que va quedando despojado de
contenidos, como no sean los parapetos medrosos de un pensamiento
consignatario. Todo lo que implica la misma incapacidad para descubrir que
lo que llaman "opinión pública", que en ciertos momentos de la historia es
un acatamiento a lo que habla por ella más de lo que ella balbucea de sí
misma.
La nueva derecha se inviste con el ropaje de la racionalidad ciudadana,
adopta los giros de lenguaje y los deseos más significativos de una opinión
colectiva sin la libertad última para ver que encarna los miedos de una
época despótica y violenta. Un intenso intercambio simbólico viene a sellar
así la alianza entre la nueva derecha, los medios de comunicación
hegemónicos y el "sentido común" más ramplón que atraviesa a vastos estratos
de las capas medias urbanas y rurales del que tampoco es ajeno un mundo
popular permanentemente hostigado por esas discursividades dominantes.
Lo que sucede en Bolivia, quizás el escenario más complejo de la región,
debe alertarnos. No porque sean equivalentes los fenómenos sociales y
políticos sino porque el tipo de confrontación que las derechas bolivianas
despliegan advierten sobre cuánto se puede decidir no respetar la voluntad
popular, aun apelando a frenesís plebiscitarios. En la Argentina no estamos
ante un escenario de esa índole, pero sí asistiendo a la emergencia de
nuevos fenómenos políticos reactivos y conservadores, que atraviesan
partidos políticos populares y organizaciones sociales. Todo trastabilla
ante la cuerda subterránea que tienden las nuevas derechas. La señora
cansada del conflicto, el locutor de la noche harto de la refriega, el
pequeño rentista fastidiado de las listas electorales que había votado. Las
nuevas derechas ejercen su señorío como una forma de desencanto, llamando al
desapego generalizado. El ser social, por fin saturado de las dificultades
de una época, llama bajo su forma reactiva a no pensar la dificultad sino a
refugiarse en la desafección política, en el módico mesianismo al borde de
las rutas. Proclaman que actúan por dignidad cuando son economicistas, y son
economicistas cuando demuestran que ésa es la nueva forma de la dignidad.
Atraviesan así toda la materia sensible de este momento de la historia
nacional. Su frase predilecta, "no me metan la mano en el bolsillo", hace de
los actos legítimos de regulación de las rentas extraordinarias de la tierra
una ignominiosa expropiación. Trata un bien nacional, como la productividad
del suelo, como cosa meramente privada. Otras frases reiteran: "Está loca",
e incluso se ha escuchado en la televisión de la noche de los domingos: "Es
satánico". Se interpreta la intervención del Estado en el mercado en la
clave de una psiquiatría obtusa de revista de peluquería, de chistoso de
calesita o de pitonisa de boudoir. Menos se dice "hay que matarlos", pero
aparece en los añadidos que publican algunos periódicos cuando termina la
redacción de sus propios artículos y comienza la carnicería opinativa en un
anonimato electrónico sediento de desquite. ¿Ante quién?, ¿para qué? No le
importan las respuestas a una nueva derecha que recobra el linaje de las más
impiadosas que tuvo el país. Ha soltado la lengua, pero aprendió a decir
primero "armonía" y diálogo", mientras no ocultan la sonrisa sobradora
cuando escuchan que se les dice: "¡Y pegue, y pegue!".
Se considera una redención el uso del lenguaje más incivil del que se tenga
memoria en las luchas sociales argentinas. Con impunidad lo han tomado, con
rápido gesto de arrebatadores, del desván de los recuerdos y de las
historias de gestas desplegadas en nombre de un ideal más igualitario. En un
sorprendente movimiento de apropiación para travestirla en su beneficio, han
movilizado la memoria de los oprimidos en función de sostener el privilegio
de unos pocos, vaciando, hacia atrás, todo sentido genuino, buscando
inutilizar una tradición indispensable a la hora de restablecer el vínculo
entre las generaciones pasadas y los nuevos ideales emancipatorios.
Es una operación a partir de la cual se definen las lógicas emergentes de
esa nueva derecha que no duda en reclamar para sí lo mejor de la tradición
republicana y democrática; es una nueva derecha que no se nombra a sí misma
como tal, que elude con astucia las definiciones al mismo tiempo que
ritualiza en un mea culpa de pacotilla sus responsabilidades pasadas y
presentes con lo peor de la política nacional, bendecida por frases
evangélicas que llaman oscuramente a la vindicta de los poderosos que
aprendieron a hablar con préstamos del lenguaje de los perseguidos. Lo han
hecho en otros momentos cruciales de la historia nacional. La nueva derecha
inversionista ha comenzado por invertir el significado de las palabras. ¿Por
qué no lo harían ahora?
Ante eso, es necesario recuperar otra idea de política, otro vínculo entre
la política y las clases populares, y otra ilación entre hechos y símbolos.
Si la nueva derecha reina en una sociedad mediatizada, una política que la
confronte debe surgir de la distancia crítica con los procedimientos
mediáticos. Si la nueva derecha no temió enarbolar la amenaza del hambre
(como consecuencia de su desabastecedor plan de lucha), otra política debe
situar al hambre, realidad dramática en la Argentina, como problema de
máxima envergadura y desafío a resolver. Es cierto que, visiblemente, hoy no
son muchos los que aceptan enarbolar blasones de derecha. Hay que buscarla
en todos los lenguajes disponibles, en todos los partidos existentes, en
todas las conductas públicas que puedan imaginarse. Los pendones que la
conmueven pueden ser frases como éstas: "La nueva nación agraria como
reserva moral de la nación". Es el viejo tema de las nuevas derechas y la
identificación, también antigua, de patria y propiedad, de nación y posesión
de la tierra. Es el concepto de reserva moral como liturgia última que
sanciona tanto el "fin del conflicto" como un tinglado modernizante que no
vacila en expropiar los temas del progresismo, pero para desmantelar lugares
y memorias. Es una gauchesca de bolsa de cereales como acorde poético junto
al horizonte del nuevo empresariado político. Podrán leer a la ida el Martín
Fierro y a la vuelta los consejos de Berlusconi.
Los nuevos hombres "laboriosos", persignados fisiócratas, se indignan porque
hay Estado y hay vida colectiva que se resiste a vulnerar la vieja atadura
entre las palabras y las cosas. Pero esto ocurre porque la materia
ideológica, con sus venerables arabescos y citas célebres, ha quedado
deshilvanada, reutilizada en rápidos collages de las nuevas estancias
conservadoras del lenguaje. ¿Cómo descubrirlas? Su localización es la
ausencia de nervadura social, pues se trata de desplegar para la Argentina
futura una nueva cultura social con un único territorio, el de las rentas
extraordinarias que desea percibir una nueva clase, interpretando
estrechamente las graves necesidades alimentarias del mundo. Parecen
campesinos, parecen chacareros, parecen pequeños propietarios, parecen
hombres de campo protagonizando una gesta. Pero no son ilusiones estas
nuevas creaciones políticas de indesmentible base social nueva. Sin los
tractores embanderados, brusca señalización del paisaje que atrae por la
carencia de todo matiz, de todo signo mediador. La nueva clase teatraliza
una rebelión campesina, pero traza un nuevo destino conservador para la
Argentina. Marcha con vocablos fuera de su eje, en una combinación
entremezclada que pone en escena la fusión entre formas morales de revancha
y captura jocosa de los símbolos del progresismo social.
Asistimos a un remate general de conceptos. Nociones tan complejas como la
de "patria agraria", "Argentina profunda", "nuevo federalismo", han
resurgido de un arcón honorable de vocablos, cuando significaron algo
precioso para miles y miles de argentinos para salir hoy a la luz como
mendrugo de astucia y oportunismo. Como en los posmodernismos ya
transcurridos, vivimos la sensación de que en el reino de los discursos
políticos e ideológicos "todo es posible de darse". Las palabras parecen las
mismas, pero se han dislocado bajo una matriz teleteatral y un recetario de
cruces de saltimbanqui, legalizados por la escena primordial de cámaras que
infunden irrealidad y deserción de la historia en sus recolecciones
vertiginosas. Un nuevo estado moral de derecha surge del neoconservadurismo
que reordena los valores en juego, luego de que ha tramitado un liberalismo
reaccionario y un modernismo que propone conceptos de la sociedad de la
información para hacerlos marchar hacia un nuevo consenso disciplinador y
desinformante.
Un nuevo sentido común producido por los tejidos tecnoinformativos nutre así
el círculo de captura de imágenes y discursos. Se habla como lo hace la
llamada "sociedad del conocimiento", y ésta habla como lo hacen previamente
quienes ya fueron tocados por la conquistada neoparla que insiste en estar
"fuera de la política", pero munidos de jergas sustitutivas de la
experiencia pública. Hasta el modo de ir a los actos políticos es puesto
bajo la grilla admonitoria de un juez del Olimpo que dictamina los momentos
de supuesta "falsa conciencia" de miles de conciudadanos que no poseerían la
legítima pasión espontánea de los refundadores del nuevo federalismo sin
historia, sin Estado, sin instituciones, sin sujeto. El descrédito de lo
político comienza por destituir a las masas populares y sus imperfectas
maneras, para hacer pasar por buenas sólo las supuestas movilizaciones
pastoriles roussonianas, efectivamente multitudinarias, que mal se sostienen
bajo las diversas modalidades del tractorazo, más amenazante que bucólico.
Una república agroconservadora despliega entonces sus banderas de "nuevo
movimiento social". Tienen todo el derecho a expresarse, pero el examen
democrático del gigantesco operativo que han emprendido debe ser también
interpretado. Se trata de sustituir un pueblo que consideran inadecuado con
otro vestido con galas de revolución conservadora. Hay suficientes ejemplos
en la historia del país y en las memorias constructoras de justicia para
decir que no lo lograrán.
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